Cuentos de hadas a la venezolana: Synderela
Erase una vez una joven que vivía en un reino hermoso, lleno de bellezas naturales y riquezas naturales, pero tristemente gobernado por gente torpe, malvada y corrupta. Su nombre era Synderela quien no era particularmente hermosa, pero hacía dieta, iba a diario al gimnasio y gracias a la cirugía plástica tenía grandes senos y un trasero altivo. Su piel era como el chocolate y el tono rubio de su cabello era producto de las mechas que se hacía cada dos sábados. Ella siempre estaba maquillada y en tacones.
Synderela siempre quiso participar en el Miss Venezuela donde todas las participantes terminaban siendo famosas y millonarias, pero ella no tenía la altura que el mago Osmel exigía, así que se graduó de técnico superior en publicidad en un popular instituto universitario de la capital y trabajaba como ejecutiva de cuentas en una agencia de publicidad pequeña. El trabajo no estaba mal, pero cada día el sueldo alcanzaba menos porque en el reino la economía no iba bien. Synderela no entendía mucho de esos menesteres, pero sí sabía que un mes una docena de huevos era Bs. 100, al siguiente Bs. 110 y en un año Bs. 1500 mientras su sueldo no variaba de la misma forma.
Ella soñaba con vestir ropas elegantes y joyas, pero en su reino sólo importaban baratijas y usar joyas además de ser sumamente caro terminaría en un violento robo o secuestro. Incluso en el amor la cosa no iba bien. Luego de cinco años de noviazgo, “El Sapo” como lo llamaban en el barrio, se había ido a vivir a otro reino. En el lugar ya no quedaban solteros interesantes, guapos ni con dinero ni poder, todos habían partido.
Synderela quería irse a vivir a Miami, un reino al norte. Sus amigas del trabajo le contaban los altos edificios, las largas playas, los centros comerciales interminables, lo chicos guapos que ganaban en dólares, los autos último modelo, la ropa recién sacada de las pasarelas y los juegos de grandes ligas. Era como en un programa de E!
Nuestra protagonista empezó a deprimirse cuando, además de los aumentos de precio y los altos índices de criminalidad, empezaron las largas colas para comprar comida, medicinas o artículos de higiene personal. Su papá, Rey por Reinaldo, estaba muy preocupado y quiso ayudarla. Primero, le consiguió la visa de turista con unos contactos en la embajada del reino norteño. Luego llamó a su segunda esposa quien vivía a las afueras de Miami y le pidió que ayudara a Synderela a instalarse y a conseguir un trabajo. La mujer, que pese al divorcio era su amiga, dijo que lo ayudaría.
El día que Synderela dejaba su reino, se tomó una foto de sus pies en el colorido y artístico piso del aeropuerto. Rey estaba muy triste por la partida y ella también por dejarlo, pero la perspectiva de una nueva vida lejos de los problemas económicos, las largas colas para comprar y la delincuencia, la hacían sentirse más feliz que triste.
Llegó a Miami y sólo el aeropuerto le pareció mil veces mejor que el de su reino. Se llevó sólo una maleta y no muy llena. Llegaba como turista y no quería que los funcionarios descubrieran su verdadero plan que era quedarse allí para siempre. Cuando le preguntaron el tiempo de estadía respondió lo que su padre le enseñó: sólo dos semanas, iría a los parques y se vería con su familia.
Su madrastra no la estaba esperando, ella ya lo sabía. Se había excusado con falta de tiempo pero Synderela tenía la dirección, así que un Uber la llevó a la casa. Ella esperaba vivir en uno de los imponentes edificios de vidrio que destacaban incluso desde el aire, pero la verdad que la dejaron en una zona que se parecía mucho al reino que había dejado tres horas de vuelo atrás. La casa de dos plantas estaba rodeada de un patio seco y sin vida. La estructura era blanca hueso no por elección sino porque el paso del tiempo había convertido el blanco inmaculado en un color sucio.
Synderela dudó por un momento si estaba en la dirección correcta pero ya el Uber se había ido. Igual no podría preguntarle mucho ya que el conductor no hablaba su idioma. Tocó el timbre y nadie abrió. Lo único que se le ocurrió hacer fue sentarse en la entrada y agarrar muy bien la maleta por si alguien intentaba robarla. Tenía hambre y no sabía qué hacer, pero esperó. Al cabo de unas cinco horas, una de las hijas de su madrastra llegó al lugar.
-¿Quién eres tú? y ¿por qué estás sentada en la puerta de mi casa?
-¿Cristina? Soy yo Synderela ¿Te acuerdas de mí? Tu mamá me invitó a quedarme con ustedes unos días.
Ella conocía a la regordeta mujer que le hablaba. Había vivido juntas cuando eran pequeñas. Nunca había sido buena con ella. Era unos cinco años mayor pero ahora parecía al menos diez años mayor. No estaba ni bonita ni arreglada.
Cristina la miró de arriba a abajo con mala gana y sin decirle nada abrió la puerta para que pasara. La casa por dentro estaba tan maltratada como por fuera. Las paredes estaban mal pintadas y en general todo parecía bastante sucio. De no saber que su madrastra y sus dos hijas vivían allí, Synderela hubiera pensado que la casa estaba abandonada. Eso sí, todos los aparatos eléctricos eran de última generación.
-Puedes esperar a mi mamá en la sala. No toques nada y si sales, te aviso que no te voy a abrir. Me voy a dormir la siesta.
Synderela se sentó donde le indicaron y no dijo nada. Se moría de hambre pero no se quedó callada, pensó en salir a comprar algo pero tenía miedo de perderse. Pasó el rato jugando con su celular. Al cabo de otras tres horas, su madrastra apareció.
-Synderela ¿Cómo estás? ¿Cómo está tu papá? Primero vamos a tomarnos una selfie para que vea que estamos bien.
Ella respondió a las preguntas y se tomó la foto. Recordaba a la vieja mujer diferente. En los años que vivió con su papá, ella parecía más alegre y estaba hasta más gordita. Nunca fue mala con ella, aunque tampoco la quiso como a una hija. Ahora estaba muy delgada, casi demacrada y vestía muy apretado como si fuera treinta años más joven de lo que realmente era, la piel estaba muy curtida y deshidratada. No era una mujer bonita
Luego su madrastra le preguntó si tenía hambre, ella asintió. La mujer llamó y pidió pizza, nunca conversó con la muchacha qué tipo de pizza quería o si le gustaban las anchoas. Cuando la comida llegó, le preguntó a Synderela si tenía dinero porque ella no cargaba efectivo. Synderela pagó. No tenía mucho dinero, pero no quería ser mal agradecida. Luego de casi diez horas en el nuevo reino, finalmente, comió. Seguido, le enseñaron su cuarto. Se notaba que antes había sido un garaje, pero tenía cama y las sábanas parecían limpias. Era caluroso, pero la madrastra le dijo que durante la noche prendían el aire acondicionado. Ella podía usar el baño que estaba en la primera planta y que tenía una pequeña ducha. Synderela se dio un baño y cayó rendida luego de este largo primer día en el nuevo reino.
La madrastra la despertó a las seis de la mañana, le dijo que fuera a la cocina.
-Synderela, mientras te consigo un trabajo me tienes que ayudar con la casa. La vida en este reino es muy difícil y no puedo darme el lujo de tener a una vaga.
-Claro, dime cómo ayudo con la casa.
Y así empezó la lista de quehaceres que iban desde hacer la comida, limpiar los platos, barrer el patio, limpiar la casa, sacar la basura, lavar la ropa, planchar, fregar, remendar ropa, hacerle las mechas a todas y la pedicura, y todos aquello que implicara dejar la casa y a las mujeres relucientes. También le indicó que tenía que ser cuidadosa con las cantidades de limpiador y comida que usaba para sus quehaceres porque allí no eran millonarios.
Ella solía limpiar su casa los fines de semanas, pero nunca se sintió una esclava como lo hacía ahora. Era una niña consentida de papá, la expectativa de ser una sirvienta por tiempo indefinido la agarró de sorpresa. Preguntó por la clave del Wi-fi y la madrastra no se la dio porque internet sólo iba a servir para distraerla de sus funciones reales, en la noche llamarían a su papá para decirle que todo estaba bien. Synderela asintió y empezó a trabajar.
En su primer mes ella no salió de la casa ni una vez, sólo limpió, limpió y limpió, de seis de la mañana ocho de la noche todos los días, fines de semana incluidos. Comía poco porque siempre había escuchado que en ese reino la comida era mala y se engordaba rápido. Su madrastra no era mala pero casi ni le hablaba y se quejaba a menudo de cómo Synderela limpiaba pese a que la casa ahora estaba como nueva. Sus hermanastras la ignoraban, cuando le dirigían la palabra la trataban como si fuera una esclava. Sobre su situación legal, la cosa empeoraba porque no hacían nada para ayudarla como ir a un abogado. Synderela había planeado pedir asilo político pero tenía poco tiempo para iniciar los trámites, le preocupaba que pronto se quedaría ilegal en el reino. Cuando preguntaba sobre ayudarla con sus papeles o a conseguir trabajo estas mujeres le cambiaban la conversación.
Al fin la dejaron salir. Era un domingo soleado por lo que decidieron ir a la playa. Synderela estaba muy contenta porque al fin vería un poco de mundo. La playa era tan hermosa como las de su reino, sólo que más organizada, limpia y las personas actuaban civilizadamente, no habían se veía a nadie pasado de tragos, ni música a todo volumen o perros corriendo por la arena. Al comienzo, todo iba bien, incluso las mujeres eran simpáticas con ella incluso le presentaron sus novios, hasta que Synderela se dejó ver en bikini. Comparada con las otras tres mujeres, ella tenía mejor cuerpo y los novios sólo la miraban a ella. Nuestra protagonista no tenía la culpa, ella no hizo nada para llamar la atención, claro, ella era la única que usaba hilo dental en toda la playa y el traje de baño parecía dos tallas más pequeño de lo que debería usar. Synderela robando la atención de todos enfureció terriblemente a las mujeres, tanto que el paseo fue sólo de tres horas. Al día siguiente le dijeron que además de sus tareas diarias tendría que pintar la casa.
Las semanas pasaban en esta esclavitud sin ningún cambio. Synderela no le contaba nada a su papá, no quería preocuparlo, él no podía hacer nada. Pensó en huir, no era complicado, las mujeres se pasaban todo el día trabajando, pero no tenía el dinero suficiente para escapar, no hablaba el idioma y no conocía a nadie. Llegó a estar más deprimida que cuando vivía en su reino.
Un día conversando por teléfono, su papá le contó que su madrina, Ada, iba para allá a hacer unas diligencias y que quería verla. Ella no cabía en su alegría por fin alguien podría ayudarla. Cómo no se le había ocurrido antes, su madrina iba mucho para Miami, tenía negocios y propiedades allí. Synderela no se atrevió a informarle a su madrastra sobre la visita que esperaba. A las tres semanas Ada tocó la puerta de la casa para sorpresa de las mujeres. Al tenerla allí no pudieron hacer nada más que disimular. La madrastra le echó varias miradas asesinas pero no decía nada, Ada era una mujer con la que ella no quería pelear.
Si bien Synderela no le contó nada de lo que pasaba, con sólo verla Ada supo que la cosa no estaba bien pero también disimuló.
-Ahijada qué tal si salimos mañana.
-No, mañana ella no puede porque vienen a fumigarnos la casa y necesitamos que ella esté aquí. - Dijo la madrastra.
-¡Qué mal! En la noche no puedo porque tengo una cena, pero si vamos todas a cenar pasado mañana. Yo las invito. - Dijo Ada la Madrina.
-Tampoco se puede porque ese día tenemos una fiesta con todo el equipo de los Marlins. Cristinita trabaja con ellos y la invitaron. Van a ir muchos famosos.
-Pues me anoto ¿A qué hora tengo que estar aquí? Es más como agradecimiento, voy a pagar una limusina para que lleguemos con unas reinas.
La madrastra no se pudo negar. Las mujeres habían estado hablando de la fiesta por semanas, era el acontecimiento de la temporada en Miami, pues se celebraba que el equipo de béisbol había sido adquirido por un ex jugador y una importante red de accionistas. Las mujeres habían ido de compras mil veces para conseguir el atuendo perfecto, y hasta habían contratado a una amiga peluquera que iría a la casa a peinarlas y maquillarlas. Si bien todas tenían novio, la fiesta en el hotel más lujoso de la playa, iba a estar llena de solteros que ganaban mucho más al año que sus hombres. Synderela ni se le ocurrió preguntar si podía ir porque sabía la respuesta.
Ada se fue y la madrastra la reprendió por la visita inesperada. Ella mintió diciendo que no sabía nada y que seguro su papá quiso sorprenderla. La mujer se lo creyó. Synderela no durmió las siguientes dos noches pensando qué ponerse. No tenía casi ropa. La mayoría la había dejado en su casa y la poca que tenía en el nuevo reino se la había prestado a las hermanastras con todo y que las dos eran mucho más gorda que ella.
Su madrina le tocó la puerta al día siguiente. Synderela fue la sorprendida esta vez pues no habían quedado de verse hasta la noche siguiente. Ada era una mujer de unos cincuenta años que siempre estaba de punta en blanco, su ropa siempre era la talla adecuada y de marca, poco maquillaje y la cantidad de accesorios justa, se notaba que hacía ejercicios y su ademanes eran de una mujer elegante.
Era amiga de su familia desde antes que la abuela paterna de nuestra protagonista trabajara en su casa como una empleada fiel y honrada. Ada la ayudó a criar a su hijo, a comprar su casa y aceptó ser la madrina de su nieta, función que cumplió con devoción luego que la madre de Synderela muriera.
-Vengo a llevarte conmigo. Sé que algo pasa.
Synderela se echó a llorar y le contó todo, el maltrato, la poca comida, la encerrona, las tareas que tenía que atender y el descuido de su situación legal. Ada estaba hecha una furia, pensó incluso en llamar a la policía pero su ahijada la calmó.
-Sólo me quiero ir.
-Agarra tus cosas y nos vamos.
Synderela empezó a recoger cuando se dio cuenta que no tenía su pasaporte. Lo buscó y lo buscó pero no nunca logró dar con él.
-No encuentro mi pasaporte.
-Esa desgraciada te lo quitó. Siempre supe que era hierba mala.
-¿Qué hago?
-Déjame hablar con un abogado y te aviso. Tu actúa normal.
Mañana las busco para la fiesta como quedamos. Ponte lo mejor que tengas pero igual no te preocupes.
-Está bien madrina. Gracias. -Dijo Synderela mientras volvía a
llorar.
El resto del día hizo sus quehaceres como si nada novedoso hubiera pasado. La noche acordada, su madrina llegó con la limusina. Las tres mujeres estaban bastante bien vestidas. Incluso se veían guapas. Ninguna llevaba novio porque tenían la esperanza de conseguir uno mejor en la fiesta. Synderela pese a usar un vestido viejo y algo desteñido, se veía mejor que las tres juntas. Ada, vestía un carísimo vestido negro tipo cóctel que la hacía ver más joven.
Ada las invitó a beber en la limusina, conversó amenamente, bromeó y brindó con ella. Incluso antes de la fiesta dieron una vuelta por la ciudad para jugar a las estrellas de cine. Al llegar la fiesta, el trío de mujeres tenía bastante alcohol en la sangre.
El hotel de la recepción era deslumbrante y el salón del evento lo era más. Estaba decorado como si fuera el palacio de un rey. Con amplios ventanales, cortinas verdes e imponentes, los invitados estaban todos vestido de etiqueta, la orquesta sólo tocaba música elegante, los camarero parecían sacados de una película. Había cámaras por todos lados, varios de los jugadores daban entrevistas a diferentes televisoras y medios online.
Ada apartó a Synderela en cuanto entraron.
-Ven te tengo una sorpresa.
La llevó a uno de los baños donde había varias bolsas y dos personas más.
-Ellos van a arreglarte. Esas desgraciadas se van a arrepentir de todo lo que te hicieron.
-Pero madrina ¿y mi pasaporte?
-Tranquila, de aquí te vas conmigo. Pero primero le vamos a dar un poco de envidia a esas brujas.
Synderela se puso en manos de los especialistas. Las dos personas la maquillaron, peinaron y vistieron en tiempo récord. Salió del baño y cualquiera pudo confundirla con una estrella de cine, nadie hubiera dicho que llevaba más de tres meses de esclava en una casa ajena.
A su madrastra y hermanastras se les quitó la embriaguez de solo verla. Hasta sus pieles se tornaron verdosas de la envidia. En seguida la mitad del equipo de los Marlins empezó a hablar con ella. Desde las estrellas en el pitcheo y el bateo pasando por los de la banca y los coaches. Los peloteros que no hablaban español igual trataban de cortejarla. Ella encantada hablaba con todos.
Al cabo de una hora, se sentía sofocada y salió a lo que pensó eran los jardines del lugar, pero en realidad el salón daba a una playa privada. En dos horas su vida había cambiado totalmente. Se sentía liberada, al fin se iría de ese infierno y podría estar con Ada la madrina. Sacó su celular para tomarse una selfie. Jugaba con la luz, sus caras, el ángulo y el paisaje cuando notó que tenía un caballero muy apuesto delante de ella, uno que ella no había visto antes en la fiesta.
-¿Quieres que te ayude? Le dijo con un claro acento anglosajón.
-Gracias, estaba intentando tomarme una foto.
-Yo te ayudo.
El hombre era alto, cabello oscuro y ojos azules. Vestía ropa de marca y su reloj era carísimo. Synderela posó tratando de parecer alegre pero a la vez coqueteaba con el hombre con su escote. Una vez tomadas un par de fotos, el hombre le dijo:
-Mi nombre es Robert Prince, soy el tercera base del equipo.
-¿Prince? No te reconocía sin el uniforme. Yo sé quién eres. -Respondió Synderela dándole su mejor sonrisa al jugador mejor pagado de las grandes ligas - Mi nombre es Synderela.
-Cinderella ¿Really? ¿Cómo la del cuento?
-Sí, mi mamá adoraba ese cuento de hadas y le pareció buena idea para mi nombre.
-Es original.
-Sí, lo es. Disculpa la molestia pero ¿Podemos tomarnos una foto juntos?
-Of course. Una con tu celular y otro con el mío.
Y así lo hicieron. Synderela trataba de no salir tan sonrojada pero estaba que se moría de la emoción. A lo lejos sonaba una canción lenta.
-Cinderella ¿quisieras bailar conmigo?
-Encantada.
Y comenzaron a bailar despacio. Para Synderela bailar lento y música romántica era una novedad. En su reino sólo se bailaba el ritmo del merengue, salsa, cumbia, tambores, vallenato y reguetón. Las canciones lentas se dejaban para cantar a solas, en el carro o en el karaoke.
Haciendo su mejor esfuerzo para no mover demasiado sus caderas y sólo seguir el ritmo de sus pies, trataba de recordar si en los últimos chismes que leyó en Twitter decían si Prince se había terminado una relación con una modelo, pero los nervios no la dejaban pensar. Cuando la canción terminó, el hombre le preguntó:
-Voy a subir la foto a mi Facebook, quisiera taguearte.
Synderela estaba a punto de decirle su apellido para que la pidiera como amiga en la red social cuando su madrina llegó corriendo.
-Synderela tenemos que irnos.
-¿Por qué?
-Porque las brujas te están buscando y pedí un Uber que llega a las doce en punto.
Ada no la dejó ni despedirse, casi corrían, en el apuro perdió un zapato. El apuro valió la pena, consiguieron subirse al auto a tiempo. Esa noche la pasó en el hotel donde su madrina se hospedaba. Al día siguiente fueron al abogado. Este les dijo que la ayudaría a obtener un nuevo pasaporte, les costaría caro porque el reino de Synderela era muy corrupto y no estaban entregando pasaportes desde hacía más de seis meses, así que para obtener uno nuevo y pronto tendría que pagarle a varios empleados de la embajada.
El otro problema era que había estado más del tiempo del que legalmente tenía permitido en el reino norteño por lo que no había opción de iniciar el proceso de asilo político que tenía planeado. Debía seguir en el país hasta que llegara pasaporte y tenía que ser muy prudente porque de ser descubierta por la policía el problema que tendría sería enorme por su estatus ilegal y la falta de pasaporte.
Synderela salió aterrada de la oficina del abogado, su madrina la consoló, le dijo que la ayudaría en todo y lo hizo. La trasladó a una ciudad a unas tres horas de Miami, menos populosa y lejos de la madrastra. La dejó bien cuidada en la casa de unos amigos; la contactó con un primo que tenía un auto y que quería usarlo para Uber. Ella sólo se dedicaría a los deliverys de comida.
A las pocas semanas, Synderela estaba más tranquila. Su madrina la llamaba a diario, en el lugar donde vivía la trataban bien y se estaba ganando algo de dinero. A su papá le dijo que se había mudado por cuestiones económicas sin decirle la ciudad donde estaba. Seguidamente revisaba el Instagram de Prince. Tenía ganas de escribirle, pero tenía miedo de contarle su verdad, o peor que su madrastra y las hijastras la encontraran, Cristina seguiría trabajando para los Marlins. Ella por su parte no actualizaba ninguna red social, por el mismo motivo, el miedo.
A los tres meses su madrina estaba por visitarla de nuevo. El abogado trabajó con rapidez y pronto Synderela tendría pasaporte otra vez. Debía dejar el país y no podría volver en diez años. Esto no mermó los ánimos de Synderela, ella estaba feliz, vería de nuevo a su papá y disfrutaría de las bellezas de su reino.
Eran las seis de la tarde, este sería su último delivery del día. Tomó la comida del restaurante y fue a la dirección asignada, era una casa grande y lujosa. Le hizo recordar la noche de la fiesta y a Prince. Entregó el pedido y se fue a casa a descansar. Al llegar se dio un baño y se puso el pijama no pensaba salir más. En este tiempo, si bien había conocido más gente que en su estancia con las brujas, aún no tenía amigos. Repentinamente sonó el timbre, ella no esperaba a nadie.
Abrió la puerta y él estaba allí, Prince. Synderela se quedó paralizada, no sabía qué decir. Estaba despeinada, con un pijama feo y sin maquillaje, se sentía muy apenada.
-Cinderella, finalmente te encontré. Y le enseñó su zapato. Es muy divertido que justamente tú perdieras un zapato.
-Prince, pasa por favor ¿Cómo me encontraste?
-Me costó mucho, estabas muy bien escondida. Te busqué primero en casa de Cristine. Ella y su familia no fueron nice. No te quieren mucho, me hablaron muy mal de ti. Que eras esto y aquello -Hizo un gesto de desaprobación con los ojos.
-No es cierto, por favor no le creas.
-No me importa lo que ellas digan por eso seguí buscandote. Te busqué en la social media. Había unas Cinderellas, pero ninguna eras tu.
-Seguro lo escribiste mal. Mi nombre es S-Y-N-D-E-R-E-L-A .
-¡Ah! Of course, nunca te busqué con ese nombre. Anyway, suena crazy, pero contraté un detective privado y así te encontré.
-¿En serio? -Synderela palideció.
-¿Qué te pasa?
-Por culpa de Cristina y su familia me quedé ilegal en este reino. También me quitaron mi pasaporte, estoy esperando que llegue el nuevo para poder irme.
-Sorry.
-Gracias, yo de verdad no quería estar ilegal. Y ahora vivo con miedo de que emigración me encuentre. -las lágrimas empezaron a salir de sus ojo. Prince la abrazó.
-Qué pena que me veas llorar, disculpa. Por cierto, ¿qué haces aquí? ¿Por qué me estabas buscando?
-Me gustas mucho Cinderella. Desde el momento que te vi. Quiero conocerte mejor
-Tu también me gustas, pero no creo que sea lo mejor. Mi pasaporte está por llegar y me tendré que ir a mi reino.
Prince entristeció. Para calmarlo un poco, Synderela le hizo un café. Todo ese tiempo estuvieron en silencio. Cuando le ofreció la taza de café, este le dijo:
-Cinderella, por ti he hecho cosas que nunca pensé que haría como buscar un detective o ser un stalker en social media. Maybe, puedo conseguirte un trabajo y te quedas aquí por un tiempo.
-Mi madrina pensó lo mismo, el problemas es que estoy ilegal. La única manera de seguir aquí legal sería casándome. Lo consideré, sé que pagando se puede, pero yo me quiero casar por amor.
Él la miró por un rato. Tomó el zapato y le pidió que se sentara. Ella siguió sus indicaciones. Mientras Prince le colocaba el zapato perdido.
-Cinderella, cásate conmigo. Sé que suena crazy, pero sé que eres la mujer de mi vida.
Ella lo miró a los ojos y simplemente dijo: Ok.
A los dos meses estaban casados instalados en una casa enorme cerca de la playa viviendo como en un reality de E! Como la vida real es más complicada, no vivieron felices para siempre pero tuvieron muchos momentos buenos.