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Cuentos de hadas a la venezolana: Blanca Nieves

Érase una vez en un reino muy lejano, un país muy hermoso, lleno de bellezas naturales y personas alegres, pero también de políticos corruptos, muchos de ellos narcotraficantes, que hicieron de ese maravilloso lugar un reino sombrío y con mucha hambre y necesidad.

En el reino vivía un matrimonio, los Nieves. Aunque llevaban poco tiempo de casados, ella estaba embarazada, muy embarazada, iban a tener una niña. La mujer estaba muy ilusionada con su bebé y le pidió al Sagrado Corazón de Jesús que su hija tuviera “la piel blanca como la nieve, el cabello negro como el azabache y los labios rojos como la sangre”. Esta idea le vino por una película que vio, la verdad sus deseos eran imposibles porque en ese reino, en esa pequeña Venecia todos eran color caribe, color café con leche en todos sus matices. El cabello negro era seguro, aunque nunca liso y los labios carmesí se podían pintar.

Llegó el día del parto. La niña llegó un poco más temprano de lo planificado, la pareja salió corriendo a la maternidad que estaba cerca de la casa, pero no podían recibirla por falta de material. Tomaron otro taxi y se fueron a un hospital, el cual tenía su sala de emergencia cerrada. En el tercer lugar no había camas. Finalmente, la mujer dio a luz en el taxi. Lograron que un hospital la recibiera, pero quedó muy débil y murió a los pocos días porque no obtuvo la atención médica debida en el momento del parto.

La niña nació sana y su papá en honor a los deseos de su mamá, la llamó Blanca Nieves. El señor Nieves estaba muy deprimido por su pérdida y se dedico de lleno a su hija (la verdad era su mamá quien la criaba). La soltería le duró poco, los hombres no saben estar solos, pronto conoció a una mujer hermosa que se convirtió en su pareja. Rosa, o Rosita como la llamaban, era una mujer de ir al gimnasio todos los días, de senos, trasero y nariz operados (próximamente los pómulos). El cabello, las manos y los pies siempre de peluquería. Era una mujer por la que los hombres se volteaban en la calle e incluso le decían piropos desagradables.

El señor Nieves estaba encantado con Rosita, era novio de un mujerón. Rosita no era mala gente, su gran problema era la envidia. Siempre luchaba por ser la más bonita de todo lugar que pisaba. A Blanquita no la quería mucho, pero tampoco era mala (la abuela no la hubiera dejado serlo). Hasta aquí todo iba bastante bien, el problema llegó varios años después.

Blanca creció y se convirtió en una morena muy bonita, de largo cabello negro rizado y labios siempre pintados de rojo. Y llegó el día que el piropo de la calle no fue para Rosita sino para Blanca. Ese día se le salió lo cuaima a Rosa de Nieves (sí, se habían casado). Ya le parecía mal ser la madrastra de una mujer de dieciocho años (ella podría ser, si acaso, su hermana mayor), pero que la Blanca fuera más hermosa era demasiado.

Rosita contrató a un malandro de la zona, El Oriente, para que le hiciera un secuestro express (así le sacaba dinero al marido) y le desfigurara la cara a Blanca. La idea era que del susto y la cara dañada, la hijastra se fuera a vivir a otro reino. El Oriente secuestró a Blanca al salir de una rumba, pero su belleza lo cautivó y decidió salvarla.

Para evitar que nada malo le pasara (es decir, alejarla de la madrastra) se la llevó a su hogar, la cárcel de Tocorón. El Oriente era el jefe, el pran, del lugar, eso significaba que pese a tener una condena en el penal, él podía entrar y salir cuando quisiera, y tenía armas (de granadas para abajo), mujeres, y diversión (en esa cárcel había una discoteca y hasta conciertos). El Oriente podía ser un asesino, narco y ladrón, pero no un mentiroso, él le contó la verdad a Blanquita sobre las intensiones de Rosita, por ello, aceptó sin problema quedarse en Tocorón.

Allí Blanquita era cuidada por la corte de los pranes formada por ocho criminales de alto vuelo que vivían en esa cárcel: El Oriente, Mocho Edwin, Niño Guerrero, Yovanito, El Tormenta, Jurasic Park, Poste Chocao y Cara de Curda. Claramente, todos pensaron en violarla al conocerla, pero dentro de ser unos criminales eran burda de panas entre ellos, así que acordaron que ninguno la tocaba, el que lo hiciera iba a recibir una lluvia de plomo.

Blanca estaba encantada en Tocorón. La vida era entretenida, siempre pasaba algo: un muerto, una pelea, armas nuevas, la rumba en la discoteca, alguna esposa que se encontraba con la amante. En una época en que no había comida en el reino, ella siempre tenía desayuno, almuerzo y cena (con carne y pollo), también le compraban ropa, tenía productos que escaseaban como papel toilette, medicinas, leche, caraotas y no había lugar en el mundo más seguro. Para no angustiar a su familia, hablaba con su abuela por Whatapp. La abuela para protegerla le dijo al señor Nieves que Blanca se había escapado con un novio, así Rosita no la dañaba.

Pasaron los meses y un día la verdad se supo. La abuela dejó su celular mal parado, y claro, ella tenía configurada la pantalla con una letra gigante porque la miopía la acechaba. Rosita pudo leer claramente que se estaba escribiendo con Blanca y que ella estaba en Tocorón.

Rosita sabía que intentar algo en el centro penitenciario era imposible, oficialmente Blanca no estaba allí, era una cárcel de hombres y ella no tenía ningún delito encima. Además, sabía lo peligrosos que era sus nuevos protectores. Rosita era una mujer medianamente inteligente y supo qué hacer. En las afuera del penal había varias matas de mango, que justo hacían que sus frutos cayeran dentro del lugar. Llamó a un brujo muy bueno que tenía su consulta en Quinta Crespo, este le hizo un trabajo a las matas de mango. La brujería consistía en que una vez Blanquita probara el mango, esta se alejaría para siempre.

Una mañana, Blanca recogió los mangos para hacerle un buen jugo a sus pranes. Los mangos estaban tan gordos, jugosos y colorados que no pudo resistir comerse uno. El problema fue que la brujería estaba tan fuerte que en vez de perderse se desmayó, entro en un coma. Los pranes no sabían qué hacer, ellos estaban acostumbrados a tiroteos, granadas, cuchilladas, quemaduras, abortos y borracheras, pero nunca se habían enfrentado a un estado de coma.

Llamaron a varios médicos, varios de ellos eran los mismos que atendían a la clase alta de la ciudad, esos que por mucho dinero en efectivo los atendían en el penal, les quitaban las balas, les cerraban las heridas, les medían la presión. Ninguno supo qué hacer. Así pasaron las semanas, Blanca se mantenía viva porque estaba conectada a una bolsa de suero todo el día.

Un día fue a Tocorón un militar de alto rango, un chivo del gobierno. El General Príncipe era un hombre fuerte, atlético (en una milicia de gordos) y bien parecido. El general hacía años que tenía negocios con los pranes juntos traficaban armas y drogas. Príncipe era el principal comerciante de armas y municiones a los pranes, les vendía artefactos de las fuerzas armadas a precios muy altos.

El general oyó el rumor de la muchacha bonita en estado de coma en Tocorón. Tenía curiosidad, y en cuanto la vio quedó prendado por ella. Aprovechó un momento que se quedó solo con ella para besarla (bueno, y meterle un poco de mano). El beso fue tan profundo (le metió la lengua tan a fondo) que le quitó unos hilos de mango de los dientes, eran esos pedazos los que hacían que ella siguiera hechizada.

Blanquita se despertó en el momento y el apuesto militar la cautivó. El general estaba casado y con tres hijos, pero le montó un apartamento a Blanca quién vivió feliz por un tiempo (porque uno nunca es feliz para siempre).

Ah sí, Rosita. Los pranes que no eran tontos se sospecharon que lo de Blanquita era brujería, así que llamaron a su babalawo de confianza quien confirmó el trabajo con las matas de mango. El babalawo le hizo un nuevo hechizo a los árboles. Invocó a quien hizo la primera brujería, a los pocos días Rosita se apareció por el penal. Los malandros hicieron su propia justicia. Nadie se enteró, en Tocorón mueren personas con frecuencia y las autoridades se hacen los ciegos.

Colorín colorado este cuento venezolano se ha acabado.

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