Cientos de poemas de dolor y una revolución desesperada: El uniformado
Te veo en los videos de Whatapp.
El calor agobia de más
cuando tienes que usar chaleco antibalas
y cargar pesadas armas.
Debes estar cansado.
Cansado de pasar horas parado
de que las protestas no terminan.
Trabajas más cada día,
el sueldo es el mismo.
Supongo que tu familia
no tiene más dinero que la mía.
Tu mamá te acompañó siempre,
como la mía, porque así son ellas.
Tu papá tal vez estuvo ausente
como el mío. Somo una nación
de ciudadanos sin padres.
Debes tener hermanos, sobrinos, primos.
Somos de familias grandes y unidas.
No sé tu edad, pero las estadísticas
me dicen que tienes hijos,
la razón por la que te levantas cada día.
Yo soy de los Leones del Caracas,
quizá tu eres del Magallanes,
o de los Tigres. Al final
a los dos nos gusta el beisbol.
Como notarás, en principio,
no somos muy diferentes,
venimos del mismo sitio.
Le escribimos cartas
al mismo Niño Jesús.
Por eso no te entiendo.
En qué momento te pareció
que disparar una bomba lacrimógena
a un estudiante en el pecho, en la cabeza,
era lo correcto.
En qué momento decidiste
que unos jóvenes desarmados
eran un peligro para ti,
para tu país.
En qué momento creíste
que herir y asesinar inocentes
era la vía de defender
a Venezuela.
Nunca se te ocurrió
esos jóvenes podrían ser tus hijos,
esa madre que llora
podría ser la tuya.
Nunca se te ocurrió que asesinar
no es tu trabajo.
Quizá sí lo sabes.
Quizá disparar a traición
te hace sentir poderoso, invencible
en un país donde todo verbo futuro
es incierto.
En el fondo sabes que eres un asesino.
No, no tengo la esperanza
de que pases noches insomnes
arrepentido de tus crímenes.
Seguro duermes como un bebé.
Pasan los días, los años,
no entiendo en qué momento
te convertiste en un monstruo.
Quizás siempre lo fuiste.
Lo cierto es que eres nuestro fracaso
como sociedad, como país.
Comments