La Maldición de Bolívar - Clodosbaldo Russián
Mudo y paralizado. La muerte lo esperaba a la vuelta de la esquina y esa no era su peor preocupación.
Los sueños (o alucinaciones) habían comenzado un par de meses atrás. Al principio las confundió con simples pesadillas. Compartía demasiadas horas en los “Aló Presidente”, actos públicos, fiestas del partido y cadenas de radio y televisión. En cada actividad se hacía presente la obsesión de Hugo Chávez por Simón Bolívar, el máximo líder del chavismo contaba al menos dos historias sobre “El Libertador” en cada ocasión. Clodosbaldo no era un experto en la vida del “Padre de la Patria” pero conocía al presidente lo suficientemente bien como para saber que la mitad de esas anécdotas eran producto de su imaginación.
El primer encuentro onírico fue claro y sencillo. Clodosbaldo luchaba en una de las batallas de la independencia. Generaba una sensación placentera sentirse parte de uno de los momentos más importantes de la historia de Venezuela y de los que más resaltaba el chavismo.
Clodosbaldo manejaba su espada con destreza pese a nunca haber empuñado una. Hirió a varios contrarios, los malvados españoles fieles a la corona.
La sensación de infligir dolor era única, satisfactoria. La sangre del enemigo esparciéndose en la tierra era una imagen que provocaba enmarcar y conservarla para siempre. Con el ajetreo de la batalla, casi se pierde la llegada de Bolívar quien arribaba en su caballo blanco, con los adornos dorados de su uniforme brillando al sol. Parecía un dios griego traído al siglo XIX. Clodosbaldo en su enajenación chavista, saludó a Bolívar como si se conocieran.
El Libertador no solo no correspondió el gesto, sino que apuntó su espada hacia el corazón Contralor General de la República. La sorpresa lo paralizó ¿Por qué el padre de la patria quería matarlo?
Se despertó consternado.
Habría olvidado la experiencia onírica sino fuera porque esta se repitió por varios días. Cada noche Bolívar se le presentaba en batalla y siempre con la intención de matarlo.
Las dudas comenzaron a agobiarlo. Sospechaba que una maldición lo asechaba, era una creencia que iba más allá de la simple superstición de la sociedad venezolana, la misma que creía que pasar la sal de mano a mano provocaba discusiones; que las mariposas de alas negras eran mensajeras de la muerte y que nadar después de comer provocaba una embolia.
La cruzada se había iniciado en julio del año anterior (2010) cuando Chávez resolvió usar los huesos de El Libertador para su brujería privada. El presidente de la República había usado como excusa para acceder a tan históricos huesos la investigación de la verdadera causa de muerte del símbolo más importante de la independencia de media Suramérica.
Clodosbaldo asistió a la apertura del ataúd por obligación. No le interesaba para nada los sacrilegios, aparentaba delante del resto de la primera plana del chavismo porque era la corriente impuesta por el presidente y no era quien para contradecirlo. Clodosbaldo consideraba que su destino se lo había labrado por sí mismo a punta de estudios, lucha por sus ideales y participación temprana en la política. No necesitaba decapitar leones, robar la estatua de una diosa indígena o robar huesos de expresidentes para labrar su suerte.
Los rumores de una maldición de El Libertador comenzaron al mes de la exhumación cuando en cuestión de cuatro semanas ocurrieron muertes fatídicas dentro del partido. Su círculo más cercano entró en pánico. Por unos días sintió que vivían una parodia de “La Mujer de Judas”, no era para menos en unos cuantos días un diputado, un gobernador, el director de un diario, un militar de alto abolengo y tres castrenses en un helicóptero en una misión oficial habían sido llamados por el señor. Los fallecimientos cesaron luego de mucho ritual y mucho sacrificio para el espíritu vengativo. Gracias a Dios, nuevamente las cifras de muertos del fin de semana pertenecían exclusivamente al pueblo.
Por ello la insistencia del Padre de la Patria en aparecerse en sueños le preocupaba, hacía casi un año de la exhumación, quizá su ira no había cesado. Decidió pedir una consulta con un sacerdote babalawo de alto rango, el mismo que atendía al vicepresidente y a dos ministros.
No le importó interrumpir sus vacaciones en la playa. Total, su poder como Contralor General le otorgaba el derecho de mover la montaña hacia Mahoma, el espiritista se trasladaría a su paraíso caribeño particular para ofrecerle sus servicios.
Fue justo una hora antes de la tan añorada visita cuando un dolor de cabeza le interrumpió la rutina. La violencia del ataque le provocó un desmayo.
Despertó cubierto de cables y sueros en la sala de terapia intensiva de una clínica privada. Las expresiones en los rostros de los médicos eran suficientemente informativos. No sobreviviría.
Su condición era tan crítica que estaba sometido al efecto de tranquilizantes fuertes. Su familia y amigos cercanos creían hacerle un favor, así no sufriría. Estaban muy equivocados.
Los sedantes no hacían sino perpetuar sus sueños hasta hacerlos muy reales. La pesadilla de la guerra independentista se alargó de muchas maneras. En varias ediciones, su luchan contra El Libertador duraba horas. El General siempre resultaba vencedor, no sin antes descuartizarlo.
Bolívar empuñaba su espada con extraña saña. En una batalla normal con herir fuertemente al enemigo era suficiente para continuar con el próximo soldado, pero no era el caso. Bolívar lograba desarmar al Contralor con rapidez debido a la poca experiencia del septuagenario. Con cortarle una mano, o zanjarle una pierna era suficiente para su rendición, mas sin embargo, Bolívar cortaba poco a poco sus piernas, disfrutando del dolor del enemigo, fascinado con sus súplicas e insultos del siglo XXI que no comprendía. Una vez terminaba con las extremidades inferiores de Clodosbaldo, se afincaba en las superiores, igual de a poquito. Cuando solo quedaba torso y cabeza, era el turno de los ojos, la lengua y cortes en el vientre.
Clodosbaldo sufría como jamás lo hizo en vida. Una frase que tenía mérito para un preso político de los años sesenta y para quien fue prófugo de la justicia por varios años. Aunque eso era parte de su pasado. Desde el año 1999 poseía una situación más que acomodada. Convertirse en uno de los hombres de confianza de Hugo Chávez le permitió vivir como millonario mientras predicaban las ventajas de la pobreza e igualdad.
Cuando recobraba el sentido encontraba a su esposa e hijos a su alrededor. La imposibilidad de expresarse verbalmente provocaba que utilizara sus ojos como medio de comunicación. Trataba de decirlo todo: suplicaba por no ser sedado, porque le enviaran a un cura, brujo o espiritista que lo alejara de la imagen del Padre de la Patria. Curiosamente, sus seres queridos interpretaban las miradas de dolor como sufrimiento por lo físico, era lógico, Clodosbaldo era un setentón que no cuidó nunca de su salud. Cualquier señalamiento de dolor se asumía era provocado por una enfermedad, jamás habrían adivinado que era producto de una maldición.
Los tranquilizantes aumentaron cuando se tomó la decisión de trasladarlo a la isla de Cuba. El origen de tan inesperada idea provenía de la fatal de privacidad. Un periódico local y de poco tiraje filtró imágenes de Clodosbaldo entubado en la cama de la clínica. Su familia no estaba dispuesta a que el último recuerdo de su amado fuera en tan terribles condiciones. El gobierno cubano era más que un aliado chavista, era sus ideales fundadores. No había nada que Fidel Castro no hiciera por su discípulo Hugo Chávez quien además de regalarle su idolatría, le obsequiaba miles de barriles petróleo.
El sistema sanitario de la isla caribeña era bastante regular pese a décadas de fama de ser la mejor escuela de medicina del mundo. En la Habana la salud del Contralor General de la República empeoró cada minuto. Nunca despertó en la tierra que lo vio partir, los sedantes eran tan fuertes que jamás dejó de vivir las pesadillas con Bolívar.
Su mente trataba de hacerlo reaccionar. En sus últimos días, cuando en plena batalla visualizaba a Bolívar deducía que era un sueño. Tomaba consciencia de que era producto de su imaginación e intentaba despertar de la pesadilla. Al notar que no alcanzaba su objetivo, cambia de escenario. Generalmente regresaba a la celda que ocupaba en la isla del Burro cuando era un veinteañero. Recordaba la desesperación vivida, los deseos de libertad y la ansiedad de buscarse un futuro mejor. En aquel lugar que representaba los peores años de su vida, Bolívar se ausentaba. La tranquilidad invadía a Clodosbaldo provocando el retorno a la inconsciencia, y el ciclo se repetía. Regresaba al campo de batalla donde El libertador lo esperaba para picarlo en pedacitos.
Clodosbaldo no supo cuando dejó el plano terrenal (21 de junio de 2011). Su viaje al más allá fue opacado por las pesadillas, las cuales fueron su castigo por el resto de la eternidad.
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