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Leyendas venezolanas de hoy


Las leyendas urbanas en Caracas no son de fantasmas, monstruos o cementerios, son sobre crímenes. Una de las más populares comienza con un hombre de unos treinta, cuarenta o cincuenta años, la edad de él no importa, y su nombre uno común, vamos a llamarlo José, todos conocemos a un José.

Puede ser blanco, moreno, rubio, pelo castaño, liso o rizado, su apariencia no es el centro del relato, lo que si interesa es que él dueño de una camioneta de lujo (en Venezuela, en cualquier país del primer mundo es una camioneta común) como una 4Runner o una Machito.

En los tiempos de la Revolución Bolivariana, los criminales adoraban estas camionetas, sobre todo robarlas en la calle, estacionamientos públicos y privados, también les gustaban apuntar a sus dueños con armas de fuego quitarles la camioneta y otras pertenencias. Los criminales más atrevidos disfrutaban apunando al dueño del auto con un revólver y secuestrarlo por unas horas, en ese tiempo podían ir a todos los cajeros automáticos (ATM) posibles y robarles efectivo, otros optaban por pedir rescate, una suma importante en bolívares (con el paso del tiempo en dólares), lo que se conoce como secuestro exprés.

José está estancado en el tráfico capitalino, digamos en la autopista. Lleva al menos treinta minutos en el mismo punto. Los vidrios de la camioneta son oscuros, no hay que darle oportunidad a los malandros a que vean dentro del auto. José oye sonar su celular, está esperando una llamada importante del trabajo, la iba a tomar ya en la oficina, pero el tráfico lo retrasó. Antes de atender el teléfono, él mira por la ventana y por los espejos para revisar que ningún criminal anda en moto cazando a los incautos que hablan por celular.

Comienza la conversación que con el paso de los minutos se complica y José se distrae, deja de vigilar la vía. De la nada aparecen dos hombres en una motocicleta que tocan el vidrio de la camioneta con el revolver… a José sólo se le ocurre mirar el asiento trasero donde va su hijo, un niño de entre cinco y diez años. El malandro le pide bajarse del auto con el niño, él obedece y agarra a su hijo de la mano.

Está leyenda también puede tener otro escenario. José necesita comprar cigarros y jugo y decide hacer una parada rápida en una estación de servicio o gasolinera. Antes de bajarse de la camioneta, deja el celular bien guardado debajo del asiento del piloto y se guarda la billetera en el bolsillo. Le pide a su hijo que vaya con él, más bien se lo ordena. Nadie deja a sus pequeños en el carro solos en Caracas, eso es un innecesario llamado al secuestro.

Dejando la camioneta, comienzan a caminar hacia la tienda cuando dos hombres en una moto les obstaculizan el paso y los apuntan con unas pistolas. A José sólo se le ocurre agarrar a su hijo de la mano.

Hay una tercera versión, José y su niño están terminando de hacer unas comprar en un centro comercial. Con una mano lleva unas cuantas bolsas con algunos artículos para su celular y ropa y con la otra la mano de su hijo. El estacionamiento está solitario, José apresura el paso, la soledad nunca es buena en un lugar lleno de autos en la capital. Está a sólo dos pasos de abrir la camioneta y resguardarse en ella cuando dos hombres se le acercan caminando, cada uno con un arma. José no suelta a su hijo pese a lo asustado que está.

En este punto en cualquiera de los escenarios, José está con su hijo siendo apuntado por dos hombres armados.

-Arriba las manos, esto es un asalto. Dice uno de los hombres armados.

-Tranquilo panita, no quiero ningún problema.

-Dame las llaves de la camioneta, el celular y la cartera.

-Ok mi pana, aquí lo tienes.

José le dio todo lo que el criminal le pidió. Al terminar vuelve a tomar al niño de la mano. Los dos hombres se le quedan mirando, los ojos del líder lo miran con odio, incluso desprecio.

-Qué fino ser rico, no saber qué es el hambre. Esta camionetota no te duele, ni los reales, nada porque todo es fácil para ti. Yo te voy a enseñar como es la vaina, de aquí te vas traumatizado.

El criminal que lo seguía apuntando cambió de blanco y simplemente le disparó al niño.

-A que esto sí te duele.

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