Cientos de poemas de dolor y una revolución desesperada: Neomar
Neomar, te vi morir.
Fue un vídeo, un virus
que atacó mi celular,
mi vida.
Desde aquel día
no soy la misma,
la verdad, nadie lo es.
Te perdimos
y nos perdimos también.
Venezuela se perdió
un siete de junio.
El día que un niño
de diecisiete años
fue asesinado sin pudor,
ni remordimiento.
Una bomba lacrimógena
creada para ahogarnos,
para hacernos llorar,
fue directo a tu pecho.
No pidió permiso, ni perdón.
Tu cuerpo cayó sin dudas,
sin alma.
Eras vida con más futuro que pasado.
Esa tarde, esa fatídica tarde,
tenías que haber estado estudiando
vistiendo una chemisse beige
quejándote de química o historia.
Tenías que estar jugando
fútbol soñando con ser Ronaldo,
o beisbol soñando con ser Vizquel.
Tenías que estar con una novia
besándose a escondidas en alguna plaza.
En cambio, decidiste defender tu país.
No te importó que pocos pelearan
que muchos nos rindiéramos.
Creías que tu lucha, tu valor
eran suficiente.
La juventud es ambiciosa.
Tu lo eras.
Es irónico,
cada día durante dos meses
te plantaste frente a los uniformados,
encaraste al poder, al gobierno.
Cantaste consignas y defendiste
ideas que no viviste.
Soñabas una Venezuela
que no conociste,
que te contaron.
Tu foto me angustia.
Es tu rostro encapuchado,
sólo resaltan tus ojos.
Los veos, los lloro, los extraño.
Me recuerdan los gases lacrimógenos,
la añoranza de un futuro mejor.
Me enseñan valentía,
en ellos puedo ver tu corazón.
Tus ojos me persiguen,
me perseguirán por siempre.
Espero que un día me perdones,
que nos perdones.
Tu muerte es también mía,
es de los millones que dejamos
que ocurriera.
Perdónanos por dejarte solo.
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