Cuentos de Hadas a la Venezolana: La Sirenita - Carmen de Uria 1999
Érase una vez una joven llamada Ariel. Ariel vivía en un pueblito costero ubicado en el estado Vargas y relativamente cercano a Caracas llamado “Carmen de Uria”. La vida de Ariel era tranquila. “Carmen de Uria” era un lugar curioso, estaba construido en las laderas de una montaña, era un grupo de casas humildes sin ningún arquitecto o ingeniero detrás de ellas. Había solo una calle principal donde cabían dos carros, el resto eran más bien caminos de tierra. El mar estaba enfrente, solo la avenida principal los separaba del Caribe, pero la playa más cercana estaba a unos diez minutos en carro.
“Carmen de Uria” tenía una escuela primara, un par de abastos y una venta de helados de “teta” muy famosa. Si sus habitantes necesitaban algo más debían tomar un autobús a una de las ciudades cercanas porque el único negocio medianamente cercano era un restaurante de pescados y mariscos.
Ariel era feliz en “Carmen de Uria”, ella no se detenía a pensar sobre la falta de escuelas, calles, tuberías, alumbrado público u otras decadencias porque no conocía otra cosa. Ariel terminó la primaria y se puso a trabajar limpiando casas en las ciudades vecinas. La idea de estudiar y tener una carrera no estaba en su destino, nadie de su familia lo había hecho, era un lujo que no podían pagarse porque, aunque había universidades públicas sin costo, tener a un adulto en casa sin trabajar unos cinco años era inversión costosa en su hogar.
El corazón de Ariel tenía dueño. Desde hacía un año se medio había empatado con el hijo de la propietaria de uno de los apartamentos que limpiaba. Luis Mario era un sifrinito, guapo de ojos verdes que iba a la universidad y había viajado por todo el mundo. El amor llegó una tarde que Ariel cantaba mientras limpiaba la cocina. Luis Mario la abrazó por atrás y la besó sin pedir permiso. A Ariel le pareció muy romántico, aunque fuera más acoso sexual que otra cosa.
Ariel cantaba todo el tiempo, tenía una voz muy bonita. En todas las fiestas del barrio le pedían que cantara, además bailaba como una diosa africana. Medio pueblo le echaba los perros, pero ella solo podía pensar en Luis Mario, aunque nunca hablaran del futuro.
Ariel vivía con su mamá, su abuela, sus hermanos Erick y Sebastián. Las dos mujeres también trabajaban en el área de la limpieza, Ariel prácticamente había criado a sus hermanos. Ahora que eran más grandes se quedaban solos en las tardes mientras ellas traían el pan a la casa.
Ariel no tenía muy claro que le deparaba el destino. Su sueño era ser una cantante famosa, y casarse con Luis Mario. Los planes se le fueron abajo cuando descubrió que estaba embarazada. Fue una sorpresa para ella, pero no lo era tanto. Esos encuentros fugaces entre coleto y coleto pasaban sin ningún tipo de protección.
Cuando le contó a su Luis Mario que serían padres, este no pudo ser más amoroso: le dijo que ese muchacho no era de él e hizo que su mamá la botara. Con el corazón roto, desempleada y un bebé en la barriga, Ariel se enfrentó a la Navidad del año 1999. En su casa tomaron su preñez con naturalidad, no era la primera, ni sería la última de las mujeres de su familia de embarazarse del hombre equivocado.
Ese diciembre llovió mucho por “Carmen De Uria”, desde el primero del mes los palos de agua eran muy fuertes, haciendo que la búsqueda de trabajo de Ariel se viera interrumpida porque apenas salía de su casa para bajar a la parada de autobuses terminaba empapada, así no se podía ir a ningún sitio. La lluvia era un enemigo en “Carmen de Uria”, la mala edificación de las casas hacía que unas cuantas gotas derribaran hogares enteros. Para el siete de diciembre, ya eran treinta las viviendas afectadas.
Ni la gobernación, ni la alcandía ni el nuevo presidente Hugo Chávez, se ocupaban nunca de los pobres que perdían sus casas por la lluvia, así que apenas escampaba, se construían de nuevo con la ayuda de los vecinos.
El día miércoles 15 de diciembre amaneció lloviendo. Ese día había que votar por la nueva Constitución, nadie de la casa de Ariel salió a ejercer su derecho democrático. Ellos no creían que su voto valiera para algo o cambiara nada porque en ese pueblo del estado Vargas la vida y la pobreza eran las mismas no importaba quien fuera el presidente o las leyes
El aguacero de ese día hizo estragos. El agua entró en todas las casas de la cuadra de Ariel, incluyendo la suya. Por mucho que trataron evitar la inundación, todos los muebles quedaron invadidos por la lluvia. No era la primera vez que sucedía, sabían perfectamente que una vez se despejara podrían secarlo todo. El problema fue que no escampó, ni ese día, ni los siguientes.
El agua comenzó a dejar de ser cristalina para tomar tonos marrones, significando que la montaña estaba siendo afectada por la lluvia, los derrumbes eran inminentes. La noche se pronosticaba difícil. La luz los había abandonado desde horas de la tarde. Dentro y fuera de la casa, todo era oscuridad.
El agua y el barro subían en la vivienda de Ariel hasta el punto de que les cubría por encima de la cintura. La decisión fue subir al techo.
Para ello tuvieron que salir con mucho cuidado y subir por las escaleras externas. En ese trajín, a Ariel casi se la lleva el barro. La familia logró ubicarse en la platabanda. Desde allí, Ariel podía observar como la calle principal había dejado de ser un espacio para el paso de automóviles para convertirse en un río acaudalado y marrón. El resto de los vecinos habían copiado la idea de subir a los techos. Algunos carros flotaban y se movían sin rumbo.
Las gotas les caía en la cara y la cabeza como piedras. Eran gordas, espesas y pesadas. Ariel no supo cuanto tiempo estuvieron los cinco abrazados y con sus rostros bajos mientras la lluvia seguía arreciando. Fueron unos gritos de terror lo que los sacaron de su estado de estupor. Buscaron su origen, era en la calle de al lado, el barro se había llevado una casa con integrantes incluidos.
Pese a la oscuridad, Ariel pudo ver como muchos comenzaron a saltar de un techo al otro debido a la cercanía del río de barro que arrasaba con todo a su paso. A Ariel le dio un susto en el estómago. Esta lluvia era la más peligrosa que vivían. Sus hermanos lloraban en silencio, su mamá y abuela tenía cara de preocupación.
Ariel se había quedado pasmada viendo uno de los techos. No había una razón especial porqué era esa casa y no otra. En esa platabanda se encontraban unas seis personas, se movían mucho. Caminaban de un lugar para otro y señalaban con los dedos a los alrededores. Ariel se preguntaba que tanto hacían.
Un sonido la distrajo. Era grotesco, como si la tierra se hubiera abierto en dos. Incluso tembló. El ruido se agudizó, cuando miró para la montaña una roca gigantesca, del tamaño de un edificio, bajaba hacia ellos. Intuitivamente todos se taparon las cabezas con las manos como si eso pudiera detener el golpe de semejante objeto. La monstruosa piedra se detuvo al filo de la casa que Ariel vigilaba pasmada.
La roca hizo como de escudo y el barro ya no atacaba ese hogar como antes. Ariel evitaba pensar en las casas ubicadas más arriba, donde la piedra había transitado. La familia que vigilaba parecía feliz, era como una salvación gigante. La alegría les duró poco, en cuestión de minutos, el agua marrón que se acumuló detrás de la piedra hizo una ola gigante que se llevó todo a su paso.
Ariel no podía cree que vio en vivo y en directo como una familia entera había muerto. Para ese momento el barro casi estaba a la altura del techo de su casa. De subir un poco más, se los llevaría consigo.
Los vecinos de la vivienda de al lado les gritaron para que se movieran para allá porque tenían doble techo y podrían quedar más arriba que el agua. Era una movida peligrosa la distancia entre las dos viviendas era poca, pero saltar teniendo la lluvia golpeándoles la cara y el barro salvaje en el medio, hacían que fuera todo un reto.
Ariel se ofreció a ser la primera. El vecino la esperaba con los brazos abiertos para agarrarla en caso de ser necesario. Con un buen brinco y ayuda, Ariel estaba a salvo. Los siguientes fueron sus hermanos quienes debido a su juventud les fue sencillo el proceso. La madre de Ariel estaba más insegura. Cuando dio el salto se tropezó con alguna cosa, si el vecino no la sostiene a tiempo, el barro se la hubiera llevado.
Era el turno de la abuela. La mujer no se decidía a cambiar de platabanda, todos la alentaban y gritaban que no se preocupara que la ayudarían. Incluso Ariel se ofreció a ser sostenida por el vecino por un brazo y tomarla de la mano con el otro.
Con tanta indecisión, el barro llegó primero. La abuela fue arrastrada delante de todos. Sus gritos quedarían en la memoria de todos ellos para siempre. Ariel sintió un dolor profundo en el vientre.
No tuvieron tiempo de poder entrar en shock por la muerte de su abuela, enseguida la nueva locación no era lo suficientemente segura para nadie. El río continuaba creciendo y con él la fuerza del barro. Cambiaron varias veces de techos. Siempre con el temor a no lograrlo. Cada nueva platabanda se les hacía más pequeña porque con cada cambio se unían nuevas familias.
En la última eran más de veinte personas en el espacio de una sala. Solo podía estar de pie. Todos estaban muy nerviosos. Unos rezaban, otros lloraban, otros simplemente se despedían. Los hermanos de Ariel se asfixiaban entre tanta gente y tan poco espacio. Ariel lloraba, sentía su entrepierna mojada, quería revisar si era agua o sangre, pero no podía.
No había otro lugar a donde huir. Si el agua los alcanzaba no había escapatoria.
Nuevamente un estruendo los aterró. Una nueva roca se avecinaba. Ariel decidió abrazar muy fuerte a su familia a modo de despedida.
La piedra fue un milagro para ellos y una sentencia de muerte para otros. Aplastó varias casas en su recorrido, hogares que estaban habitados. A Ariel la salvó porque la roca sirvió para desviar el río. De esta manera el agua no subía y podían mantenerse a salvo.
Así pasaron dos días, de pie, sin poder ni ir al baño, con hambre, mojados, asustados, llorando, con hambre, hasta que la lluvia cedió. Esperaron hasta que el río bajó lo suficiente como para no ser un peligro para abandonar aquel techo. Ariel fue la última, se quedó observando su “Carmen de Uria” que había desaparecido, donde antes había un pueblo lleno de casas y calles, ahora era simplemente un terreno de barro. Era como si la hubieran borrado del mapa.
El primer pensamiento fue que “es el fin del mundo”. Era lo que el paisaje les informaba. Ariel caminó a donde debía estar su casa ubicada con la esperanza de que estuviera todavía en pie. Era barro, estaba enterrada con su ropa, libros, juguetes, cama, comida, pasta de dientes, fotos de la infancia y las manualidades del día de la madre. Ariel miró por los alrededores, quizás podría encontrar a su abuela, un milagro podría haber ocurrido, pudo haberse salvado. Fue inútil.
Pronto vieron unos helicópteros volando por la costa. Notaron que uno aterrizaba no muy lejos de ellos. La decisión del grupo fue llegar hasta ellos. Tuvieron que caminar varias horas con lo puesto (que era prácticamente unos pijamas y descalzos) hasta coincidir con el helipuerto que los militares habían improvisado en el medio de un terreno baldío. Capaz tres días atrás, en ese sitio había una escuela, una urbanización o una calle. Nunca lo sabría.
El lugar estaba abarrotado de personas como ellos que no tenían nada. La orden era salvar a los niños primero. En varias ocasiones intentaron llevarse sin permiso a los hermanos de Ariel. No lo permitieron. La decisión fue permanecer juntos como familia.
El número de viajes de helicópteros no daba para tanta tragedia. Tuvieron que pasar la noche sentados en el suelo del boulevard. Al menos no llovía, ni hacía frío. Tenían mucha hambre. Habían repartido unas galletas y algo de agua, pero no era suficiente. De nuevo el tema de poder ir al baño era un problema logístico. Ariel no quería ni imaginar cómo se veía, menos mal que no había espejos cerca. Estaba preocupada por su embarazo, pero no lo decía en voz alta. Todo lo que pasaba era demasiado agobiante.
Con el amanecer las naves regresaron. Fue al mediodía cuando pudieron subirse a una. Esperaban ser trasladados al aeropuerto para luego irse a la capital, no fue su caso. El helicóptero los llevó a unos buques militares que los condujeron a una ciudad al occidente del país.
El barco estaba abarrotado de familias destrozadas, sucias, tristes, desesperadas. Nadie hablaba, la mayoría tenían la mirada perdida. Algunos habían abordado el buque desde la mañana, los tuvieron esperando hasta el anochecer. Les dieron algo de comida y agua. Ariel no sabía qué esperar, desde hacía tres días habían perdido el derecho a elegir sus destinos.
Cuando los bajaron de la nave, los llevaron a unos campamentos improvisados. Eran carpas gigantes, custodiadas por más militares. Dormían en colchonetas, Ariel no bajaba la guardia, temía que alguien abusara de ella, su mamá o sus hermanos. Los sádicos no respetaban las tragedias.
Había comida, la mayoría de las veces fría, pero la había. Gracias a la caridad de los venezolanos pudieron tener un par de cambios de ropa. Lo más complicado era el uso del baño, compartirlo con otras trescientas personas era un desafío. Había cola para bañarse, para mear y para cagar. No había momento para poder arreglarse con calma, lo que podría sonar una banalidad, pero que era una verdadera necesidad cuando se tiene que buscar trabajo. Estaban a cientos de kilómetros de “Carmen de Uria”, no podían volver a sus empleos antiguos, tenían que encontrar nuevos para poder abandonar algún día su hogar temporal.
Al llegar al campamento de damnificados, un doctor les dio una mirada por encima. Ariel le comentó sobre su embarazo y los problemas que había tenido durante la tragedia. El médico le dio un papelito para que fuera al hospital. Ariel quería ir cuanto antes, pero no tenía para el pasaje de autobús. Tardó unos días en conseguir un alma caritativa que le prestara el dinero. Era lógico no conocer a nadie económicamente cómodo al vivir en una ciudad desconocida y rodeada de más personas que lo habían perdido todo como ella.
El primer día que fue al hospital le explicaron que por ser un caso de emergencia podrían atenderla en dos semanas. Fueron los quince días más largos de su vida. El día de la cita tardaron tres horas recibirla para revisarla. Ariel escuchó la noticia que ya conocía: había perdido a su bebé.
Cerca de Navidad les avisaron que personajes importantes del gobierno visitarían el campamento, el rumor era que el propio presidente Chávez haría acto de presencia. A todos les había mejorado el ánimo con la idea de ver a su líder en persona, hasta soñaban que la Primera Dama lo acompañaría. El día 22 de diciembre llegó un ministro que nadie conocía con unos juguetes de piñata que se rompían a los dos minutos. Al menos, al día siguiente el gobernador del estado, que era opositor, se apareció con un Santa Claus y mejores regalos. La noche del 24 de diciembre les dieron una cena especial con hallacas y pan de jamón. Pese al esfuerzo que hacían todos, fue la Navidad más triste en la vida de la familia de Ariel.
Lo peor de los días en el campamento de damnificados era la incertidumbre. Nadie sabía que sería de ellos en el futuro inmediato. El nuevo milenio le llegó a la humanidad con la preocupación sobre Y2K, pero para los varguenses, lo que significaba era que se habían quedado sin estado, sin casa, sin calles, sin escuelas, sin playas, sin vecinos, sin sus muertos, sin sus recuerdos.
Gracias a un televisor que compartían en el campamento supieron que la lluvia había destruido el estado Vargas, lo llamaban “La Tragedia de Vargas”. “Carmen de Uria” había desaparecido al igual que otros pueblos. El número de víctimas fatales era desconocido, al igual que el monto de dinero que personas de todas partes del mundo habían donado para ellos, el presidente hizo muchas promesas (spoilers alert, no cumplió ninguna), también muchos artistas alzaron la voz por los damnificados.
Otro trauma fue conseguir el acta de defunción de la abuela. No lo necesitaban para nada importante, pero sin cuerpo no podían darle un velorio, funeral o despedida. Requerían algo que dijera cómo los había dejado, una manera de despedirla. Tardaron dos años en conseguir el fulano documento.
En marzo les anunciaron que el gobierno les daría unas viviendas nuevas. Ariel lloraba de la felicidad, nuevamente tendían una casa, un hogar. En abril los mudaron una ciudad en el occidente del país. En el lugar hacía mucho calor, más que una ciudad eran un par de calles con algunas casas. No había que ser muy observador para notar que el pueblo no tenía escuela, supermercado, estación de bomberos o panadería. Igual se instalaron en su nueva vivienda.
A las dos semanas había dejado de funcionar la lavadora y la nevera. El calor era asfixiante, la luz se iba una vez por semana al igual que el agua. Comprar en el supermercado era una pesadilla porque la estación de autobuses estaba a quince minutos a pie en ese infierno, luego era una hora de recorrido. Ese cuento era ida y vuelta. Conseguir trabajo era igual de difícil, no había otras ciudades alrededor, y además no conocían a nadie.
A los dos meses de sobrevivir en su nueva casa, a esta le empezaron a salir grietas y filtraciones. Para mayo la familia decidió regresar a “Carmen de Uria”. Habían hablado con sus vecinos, algunos regresaron para reconstruir sus hogares encima de los cadáveres de sus muertos. Preferían vivir con sus fantasmas que en hogares mal regalados que les habían dado como parte de la propaganda política, o peor, seguir en campamentos que empeoraban día a día.
Con la ayuda de los vecinos, pudieron comenzar de nuevo. Para junio ya muchas personas regresaron al estado Vargas para vacacionar. Los clientes antiguos de su mamá volvieron y le dedvolvieron el trabajo con mucha alegría. Ariel pudo conseguir un par de apartamentos que limpiar y así la vida regresó a su curso.
Lo único malo de regresar a su “Carmen de Uria” era el pánico generado cada vez que llovía. El trauma nunca pasó, pero con los años se fue menguando. El gobierno nunca los ayudó de nuevo, ni a la familia de Ariel, ni a ningún varguense. “Carmen de Uria” renació de entre el barro, aunque nunca consiguió ser la misma del pasado.
Ariel siguió con su vida, como tuvieron que hacer todos porque en menos de un año ya nadie se acordaba de la “Tragedia de Vargas”. La actualidad venezolana era lo suficientemente dinámica con elecciones, escándalos, corrupción, más elecciones, vacíos de poder, delincuencia, muertos, protestas, inflación, escasez, emigración.
Ariel y su familia nunca más hablaron de esos días. Eran demasiados dolorosos como para mencionarlos. Tampoco nadie recibió ayuda sicológica por el estrés postraumático, era lógico, en casa de Ariel casi no había para la comida, mucho menos habría para la salud mental.
Ariel tuvo más novios y hasta logró tener un par de hijos, pero nunca olvidó aquel primer embarazo, aquel bebé que perdió al tiempo que su abuela.
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