Una protesta más
En Venezuela la mayoría de los delitos quedan impunes, pero hay uno que el gobierno siempre sanciona, donde nunca falla: pensar diferente.
La historia que estamos contando pudo haber pasado en cualquier cuidad y cualquier momento desde el año 2002. El protagonista se llamará Juan (sí, podría ser Juana, pero también es cierto que esta historia se ha repetido en más hombres que mujeres).
Juan podría vivir en un barrio, en un apartamento de clase media o en una zona adinerada. El estrato social no es importante, lo que sí define este cuento es la edad de Juan. Vamos a decir que tiene entre 18 y 25 años (podría ser menor incluso de 13 años, o mayor, pero de nuevo esta historia se repite en estudiantes jóvenes).
Como antecedente del cuento tenemos que a Juan no le gusta el gobierno chavista que lo dirige. ¿Por qué no le gusta? Las razones pueden ser muchas: que el hampa le mató un familiar o un amigo; que el sueldo no le alcanza; que no le dieron el trabajo de sus sueños para dárselo a un enchufado; que fuer secuestrado; que el gobierno expropió la empresa de su papá o donde trabajaba su papá o mamá; que la justicia es inexistente; que el sistema electoral es corrupto y tramposo; que no hay suficiente comida; que ha estado en un hospital público; que está cansado de tener miedo; o simplemente no le gusta y ya.
Un día, Juan decide ir a protestar. Pudo ser una marcha desde un punto de la ciudad al otro, pudo ser un plantón donde los vecinos se concentran en un solo punto para expresarse, pudo ser una guarimba donde los manifestantes queman cauchos y juegan un poco con el fuego. La protesta pudo ser convocada o espontánea, este punto da igual.
Juan llega a la protesta lleno de alegría, no hay nada más democrático que salir a la calle y expresar lo que se siente, incluso cuando se sabe que las cosas no cambiarán por una simple o multitudinaria manifestación (al menos no en Venezuela). Juan cantaba, gritaba, se reía con las nuevas consignas, los venezolanos somos bien originales insultado. Eso sí, siempre desarmado, siempre sin violencia.
La confusión llega en algún punto de la protesta. Hay dos posibles motivos. Escenario A: llega la policía o la Guardia Nacional cargados de armas, bombas lacrimógenas, tanques y la ballena. El ánimo se caldea, el sentimiento de pérdida de la democracia se junta con la ansiedad de la juventud, el calor del asfalto y la lucha por la libertad. Comienza una danza entre estudiantes y uniformados. Los ciudadanos empujan y quizás hasta lanzan objetos. Los uniformados responden con bombas y perdigones (muchas veces, ellos son los primeros en atacar). Una bomba lacrimógena, creada para ser lanzada al aire y provocar lágrimas, asfixia y desorden, es lanzada directamente al pecho o cabeza de Juan. Al final el efecto es el mismo, la muerte de Juan nos hace llorar, nos ahoga y confunde. Su asesinato es grabado por la televisión nacional, internacional, o algún celular. Millones ven cómo los que deberían haberlo protegido, lo mataron.
Escenario B: llegan los colectivos (grupo de delincuentes pagados por el gobierno que irrumpen con sus motos en las protestas disparando a diestra y siniestra; por supuesto, nunca son apresados). Los colectivos, que disfrutan con el juego de herir y matar, llegan a la manifestación de nuestro protagonista y arrasan con todo. Juan trata de huir per una bala lo alcanza. Muere en el momento. Los colectivos siguen con su ruta de dolor, mientras que ningún Guardia Nacional o policía está allí para defender a Juan ni a los otros manifestantes.
En cualquier caso, Juan (y quizá más venezolanos) fue asesinado y su autor impune. El país se indigna, organiza vigilias y más protestas. Juan sale en los periódicos, en la televisión, en el Twitter, Facebook y en mensajes de Whatsapp. Todo el mundo ve cómo lo matan. La gente quiere hacer algo, piden justicia, pero esta no llega. Nada cambia. Pasan los días, las semanas, los meses, los años y todos se olvidan, nuevas muertes los ocupan.
Juan se convierte en una noticia vieja que sólo su familia continua llorando y recordando.
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